SUSPIRAR, PASIÓN
para Frieda Kahlo
Mil novecientos siete, mil novecientos diez aún no creada, aún no - por este mundo. Tú naciste en el otro lado,
en Coyoacán una aldea, marcada por el ritmo de la ciudad por el marqués Hernán Cortés, donde el mercado semanal mantenía en movimiento a los campesinos lugareños.
Venían de Xochimilco, San Jerónimo, Iztapalapa, Milpa Alta. Tu
venías de otra estirpe. Tú fuiste traida por un padre húngaro-alemán que era un soñador epiléptico y hacía fotos de ti, y una madre piadosa que no echaba cuenta de sí misma y te dio la vida - Ella permaneció fuera de la foto.
Tú naces en la casa azul en la aldea en la otra parte - con calles curvas y fiestas por la tarde en la plaza, con catos de pájaros en el jardín y el tranquilo rumor de una fuente, los chillidos de los niños que mordisquean los caramelos de Navidad, el enamorado parloteo en la esquina de la calle y el acento cantarino de las mujeres indias que vendían flores de noche buena.
Tienes que venderte a ti misma al final de tu vida. Aunque yo aún no había nacido, aún no era de ese mundo, me invitaste en forma de un viejo corrido para una exposición sin ejemplo.
Tengo que ir por la tarde a la galería Lola Alvarez Bravo en Amberes 12. Las puertas daban a la calle – no me podía equivocar. Allí colgaban esperando tus cuadros de las paredes para encontrar un eco en mí.
Busqué tu amistad - tu maternidad, tu alma. Pero tú podías sobre tus propias piernas !piernas!-llegar a este lugar. Diego transportó la cama con dosel, tú eres depositada en una ambulancia.
Desde esa cama, en tradicional vestido de zapoteca, con pendientes de oro y turquesas, tenías una perspectiva.
Tú querías la muerte, la muerte que fantasmea y se lleva la vida, así como la de Chabela Villaseñor, Rita Novísimo, Dorothy Hale. “Buen viaje, Chabela.” Buen viaje, Rita. Buen viaje, Dorothy.
Tú querías matarte a ti misma. Tú querías matarte a ti misma con un cuchillo de operación que no se perdió de vista. Tu falta ha debido ser mayor que tu dolor - tú no fallas.
Felizmente no saltaste de la ventana de tu vivienda, no te gaseaste felizmente con los gases de tu coche, felizmente hiciste la paz con los días sin la roja roja carne del ciervo.
Pero tú soplaste lentamente el último aire de tus pulmones.
Del veinticinco de enero al trece de Julio soplaste el aire de tus pulmones.
Tú expiraste tu último suspiro en el año en que yo inspiré el primer aire.
Tú eras la ventana fustigada por la tormenta. Eras el pañuelo con sangre goteado. Eras las lágrimas en un mar de lágrimas. Eras el rayo de luz de mi camino.
Espero que tu partida es feliz y que no tienes que volver.
Tú serás quemada en esa bella blusa blanca Yalalag en el crematorio de Dolores.
Pero tu eras la Tlazolteotl de los antiguos mejicanos, tú diosa de la tierra y de la fertilidad que la muerte y la vida lleva en sí.
Tú eras azteca en tu vestido indiano, los largos vestido con cintas, como los llevan los Tehuanas de Tehuantepec, las bordadas blusa de Oaxaca, de la sierra de Huaxteken, el gran rebozo de seda de Michoacán o Jalisco, las camisas de saten de las mujeres Otomi del valle de Toluca, el huipils decorado con variopintas flores de Yucatán, el adorno de terracota y los salcillos en forma de jaula donde están atrapadas mosca de fuego como si fueran diamantes.
Tres veces llegaste a estar preñada tuviste que interrumpir dos, en San Francisco, en ciudad de México.
En Detroit llevabas un germen, un niño – ningún embrio - escondido en una cebolla de flores que echaba raices hasta el interior de la tierra. Pero no pudiste dar a luz el germen, el niño: una debilidad innata. Tu pelvis era demasiado pequeña y tres veces quebrada. Te debilitabas con una sifilis que venía de lejanos días. Eso aclaraba por qué no has dado a luz al niño, por qué tú a mi desde tu tumba me diste el último respiro.
Yacías en el Hospital Ford, rodeada de cuadros que te torturaban en vilo, una pelvis quebrada, una orquídea, un bidet con instrumentos quirúrgicos, una bandera extraña, una escoria, un feto de tres meses.
Una maldición es mejor que una voz que chilla.
Tenias cuarenta y siete cuando te fuiste. Yo casi me fui con cuarenta y siete.
Lo que nos une es tu aliento, y nuestro accidente.
El doce de octubre subí a un coche de segunda mano, el veinticinco de septiembre subiste a un autobus flamante
que debía llevarte de Zocaloplatz a Coyoacán, pero en la esquina Cinco de Mayo y Avenida de Cuautemotzin, poco antes del mercado de San Juan un tren choco con el bus.
Pensaste primero en el bonito dominguillo de colores que te habías comprado ese día la columna vertebral tres veces partida, tu pelvis tres veces partida, tu pierna izquierda once veces partida, tu cadera y un par de costillas partidas, tu pie derecho destrozado, tu hombro izquierdo fuera de la articulación,
y el sostén de acero del pecho se entró por la parte izquierda y salió por la vagina - Así tuviste que perder tu virginidad.
Pero tu has conservado tu pasión y me la has traspasado - para vivir, para sobrevivir.
Tu eres mi escuincla, el coño, yo soy tu novio, tu querido.
“Hoy es siempre todavía”
Silencio sobre apoyos y muletas, silla de ruedas y cama.
Frida tú eras aún un niño cuando la parálisis te alcanzó, y recibiste la pierna de un dios de la guerra, llevaste botas altas y los niños te gritaban “Frida, pata de palo! »
Frieda pie-torcido, coja. Pero tú seguiste adelante. Fuiste hasta el final, mientras yo cuando tenía cuarenta y siete, por pasillo y escaleras me arrastraba y nadie me dijo nada horrible.
Frieda, no pudiste dar vida, pero encontraste paz en objetos sustitutivos: monos arañas, así como Fulang Chang, pollos, gatitos y los perros lisos Itzcuintli, el ciervo enano Granizo y el águila Gran Caca Blanco, mientras mis hijos se hacen representantes de mis fieles amigos.
Frida, cuando estabas en la cama bajo un cielo de tela y junto a un espejo y pintabas autoretratos - como única posibilidad -, así voy a escribir mis poemas,
así como Diego como un tercer ojo estaba en tu frente, así te sere fiel y eviataré que tus largos cabellos se te enreden por el cuello y te estrangulen,
así como yo busqué el fragmento con Tierra y Libertad en una bandera roja de los frescos de Diego, en el Palacio Nacional, para adornar la cubierta de mi primer libro, así te quiero honrar,
así como tú, así quiero yo arrastyrame bajo la ó de Pizón, hasta el centro de la tierra, hasta una amiga imaginaria, una hermana, Rita, Matilde.
Traducción: José Luis Reina Palazón |
Joris Iven |